Memorial «Antonio S. Piñera López»

Imagen de Antono Piñera

Imagen de Antono Piñera

No sé quién dejó dicho o escrito aquello de “Ha muerto un hombre…han roto un paisaje”. No sé quién lo dijo, ni siquiera si lo dijo de esa exacta manera. No lo sé, pero quien lo dijo, dijo bien. Y vale para cualquier persona que desaparece porque las personas configuran, dan relieve y contorno a los espacios interiores o exteriores por los que transitan y se desenvuelven, y cuando esas personas ya no están, cuando se van, cuando desaparecen, el cuadro ha cambiado, el paisaje se ha roto…definitivamente,  es otro, porque las personas, sobre todo las personas que construyen su vida sobre la bonhomía, la servicialidad y el buen trato a los demás, dejan huella indeleble.  

Para muchos que lo conocíamos desde hacía más de tres décadas, Antonio Salvador Piñera López, compañero de trabajo en el Instituto “Diego Tortosa” y amigo refunfuñador en ocasiones, pero siempre noble y leal,  formaba parte de nuestro paisaje cotidiano hasta hace un año, cuando el dedo torvo, injusto, infausto, desgraciado… de un destino trágicamente caprichoso y voltario,  le señaló a él, contra toda expectativa razonable, para desdibujarle y hacerle incomprensible cualquier atisbo de lógica o justicia en la condición y en la existencia humana, condenándolo prematuramente a muerte, cambiándonos la línea del horizonte, los perfiles del paisaje, a cuantos teníamos que ver con él, a cuantos lo conocíamos y lo apreciábamos, y haciendo brotar en los corazones la rabia que suscita la impotencia ante lo inevitable…No, Antonio no podía entender lo que le estaba pasando, no podía entender que aquello le estuviera pasando a él, pero la vida no es como las matemáticas, no entiende de orden lógico ni cabe pedirle explicaciones.

Antonio Salvador Piñera López, conocido en Cieza cariñosamente, desde los años mozos, como “el Atleto”, quizá en referencia, aunque no lo sé muy bien, a su conocida y reconocida propensión a la práctica deportiva, a la que se mantuvo siempre fiel hasta que le sobrevino, hace ahora un año, la cruel enfermedad que ha acabado con su vida, era un hombre bueno. Esto siempre se dice pero hay que seguir diciéndolo cuando es verdad de las rigurosas e incontestables. Bueno y sencillo. Para él, dos y dos siempre serían cuatro. Poco amigo de retóricas o retorcimientos conceptuales, Antonio era de los de “al pan, pan, y al vino, vino” y déjate de monsergas. Eso sí, de trato agradable y siempre correcto, salpicaba su conversación con frecuentes coloquialismos expresivos y hasta algún que otro inocente taco que habían acabado, con el paso del tiempo, por configurar su lenguaje y, por ende, su inolvidable y genuina personalidad.

Profesional intachable en su desempeño como catedrático de Matemáticas en el IES “Diego Tortosa” durante más de 30 años, Antonio Piñera recibió la insignia de oro del Instituto hace tres años, y podría haberse jubilado hace dos, acogiéndose a la jubilación anticipada voluntaria, pero lo había pospuesto hasta finales de este curso. El destino no le ha permitido llegar hasta la fecha feliz del retiro merecido y el mazazo brutal de la enfermedad y de la muerte han derribado al pequeño gran campeón de la vida que siempre fue, porque Antonio siempre supo sobreponerse a los contratiempos y adversidades y recomenzar con renovados bríos. Aún recuerdo, del último curso que compartimos, el 2009-2010,  muchos de nuestros comentarios cuando hacíamos una guardia juntos en el instituto, comentarios siempre precisos, inocentes, atinados y, sobre todo, jugosos y muy expresivos. Antonio deseaba la jubilación porque la enseñanza desgasta y cansa psicológicamente. La deseaba y la tenía muy cerca, pero, mientras no llegaba, Antonio seguía fiel a su concepto de la vida, que bien podría resumirse en el aforismo latino del “mens sana in corpore sano” y, entre clase y clase, aprovechaba los huecos en su horario para acercarse hasta la piscina cubierta climatizada, muy próxima al instituto,  para “hacerse unos largos”, como él gustaba de decir. Vívida y limpia en la retina sigo teniendo también la imagen de Antonio, en la Biblioteca del IES “Diego Tortosa”, el 11 de Julio de 2010, domingo, cuando nos juntamos a ver en pantalla gigante la final del Mundial de Fútbol que ganó España. Antonio estuvo allí acompañado de su esposa y de sus dos hijos pequeños, disfrutando como un niño de la fiesta gastronómica, futbolera y de convivencia, entre compañeros y amigos, entre risas, gritos, vivas y aplausos.  Una semana más tarde llegaría el desconcierto a su cabeza y el dolor y la desolación a nuestros corazones.

Después, a lo largo de un año casi siempre cargado de malas noticias en la evolución de su enfermedad, Antonio ha luchado como se esperaba de él contra un enemigo formidable. Dos o tres veces pensamos que se iba, pero su fortaleza física acababa por abrir paso a imposibles y quiméricas esperanzas. Finalmente, en la madrugada del sábado, 9 de Julio, dejaba de latir su valiente y esforzado corazón. Me pilló en la playa, en el “pestor” de la Manga del Mar Menor del que les hablaré otro día, porque hoy toca hablar, y no hablar por hablar, sino porque hay que hablar, de Antonio Salvador Piñera López. Me pilló, como les digo, en la playa, pero vinimos mi esposa y yo al entierro, en la nueva Parroquia de Santa Clara (o no sé si más bien de Pepe Lucas) pegada casi puerta con puerta a la casa de Antonio. Mucha gente, porque Antonio era muy conocido y muy querido, y muchos compañeros y compañeras del mundo de la enseñanza. Nada que no pudiera esperarse. Antonio había dejado de sufrir y había terminado el injusto calvario que le había deparado la adversa fortuna, la desgraciada mala suerte de la que él mismo se lamentó más de una vez a lo largo del último año. Sin embargo, me llamó la atención, sobre el vehículo funerario que trasladaba el ataúd, la leyenda que figuraba en una de las muchas coronas de flores de que iba adornado el vehículo: “De tus amigos del río”, decía. Me llamó la atención por lo mucho que tenía que ver con lo que había sido la vida de este pequeño gran campeón: mente sana en cuerpo sano, cordialidad, sinceridad, ingenuidad, nobleza, hondo sentido de la amistad, generosidad, capacidad de superación, naturaleza y vida, vida que volvía a la naturaleza, dejando huella imborrable en la memoria de todos y en la memoria del corazón de muchos, como esos amigos del río que compartieron con él caminatas y carreras, como su inseparable Paco Caballero, con el que aparece en la foto y con quien tanto tenía en común a pesar de la diferencia de edad, o el propio Fernando Galindo, aventurero y andariego de la fotografía,  que estuvo allí para captarla. Es una imagen y es también, ya, un símbolo…

Descanse en paz quien nunca a nadie le hizo daño y en paz vivió con todo el mundo.